De lo erótico a lo dramático...
“Despliegue para un cuerpo sin rostro”
de lo erótico a lo dramático…
Pocas ocasiones me despierta el atrevimiento a comentar una exposición pictórica, sin embargo esta ha sido una gran excepción, la exposición de “Despliegue para un cuerpo sin rostro” me dio el impulso para arrójame a la tarea de comentar una experiencia estética a mi parecer digna de ser compartida.
El trabajo plástico de Patricia Márquez permite el diálogo con un discurso semiótico pocas veces conjugado y planteado de manera tan firme y contundente, la disposición de una serie de elementos simbólicos crean la tensión plástica que oscila entre lo erótico y lo dramático, elementos tales como la luminosidad púrpura de cuerpos femeninos, el acercamiento a la fuerza interior donde aloja el sentimiento de la piel marcada por la vida.
Los cuerpos evidencian las experiencias vitales que se desnudan ante un abatimiento deseoso y castigado por su propia necesidad de caricia y entrega. Encajes de lencería fundidos en velos luctuosos, donde habita el deseo y su culmen en muerte, plumas como de aves nocturnas deseosas de robar la vista ante el más mínimo destello de lux, cuerpos que permiten ver rostros completados por una imaginación ya marcada por nuestra historia roída, por símbolos religiosos que escapan de su ficción plástica y ocupan la marginalidad de nuestra sexualidad también roída.
Esta experiencia sensible desmorona la gestalt, marca de manera espiralada y ata los nudos orgánicos de su contemplador, de un contemplador y actante que jamás fue educado para conocer y reconocer su propio cuerpo.
A veces olvidamos al narrador omnisciente ante el texto pictórico y caemos en la ilusión de que somos nosotros ante el objeto y el cuadro capturado por una cámara, pero siempre hay alguien que conduce el artificio, independiente del creador. Lo más presente en “Despliegue para un cuerpo sin rostro” es la ausencia del cuerpo masculino, el diálogo más marcado, más dramático, más erótico y donde Patricia Márquez nos atrapa en su juego y donde se aprecia una creadora completamente madura y cuya técnica ya se ha rebasado a sí misma para convertirse en Arte, está en su contemplación.
Patricia hace partícipe como pocos a su espectador de manera tan apelativa y repito, contundente, que su espectador - actante será siempre una “conciencia” impregnada por la mirada de un hombre, no de una mujer, es decir, quien mira en primera instancia es inevitablemente un ojo masculino.
Felipe Armando Saavedra Montoya